Jornadas de Estudiantes, o cómo promover la valorización de los discursos
Ayer se llevó a cabo la I Jornada de Estudiantes de Inglés en la Universidad Nacional de Hurlingham, evento que impulsé junto a dos de mis compañeras docentes. Me interesa resaltar, en este texto, los motivos que me llevaron a proponerla.
La primera vez que escuché acerca de este tipo de encuentros fue durante mi cursada de grado en Letras, en la Universidad de Buenos Aires. El encuentro se llamaba ENEL: Encuentro Nacional de Estudiantes de Letras y, como su nombre lo indica, era el espacio destinado a la presentación de trabajos realizados por estudiantes de Letras, ya sea de literatura, lingüística o filología. La lógica de estos eventos es crear un espacio seguro, horizontal, donde presentar los trabajos realizados por estudiantes. En muchos casos, las presentaciones surgían de parciales o monografías realizadas en las cursadas; en otros, eran aproximaciones a temas de interés. Los participantes debían ser estudiantes de grado. Todo el Encuentro estaba organizado por el equipo de la sede local: al finalizar el evento se realizaba una plenaria donde participaban todas las personas que quisieran, se realizaba un cierre y se elegía la próxima sede. Este Encuentro nucleaba estudiantes de universidades de todo el país: así fue cómo viajé a Rosario y a Mendoza como asistente, porque no me sentía preparada para exponer.
La segunda experiencia, ya un poco más avanzada en mi carrera, fue con las Jornadas de Jóvenes Lingüistas. En este caso, si bien el foco también está en crear espacios donde dar los primeros pasos en la disciplina, el recorte ya no es solamente estudiantes de grado, sino también egresados no doctorados. Este evento está organizado por estudiantes y graduados recientes, vinculados con el Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se realizan las Jornadas.
Fue en este evento donde realicé mi primera exposición: en las II Jornadas de 2013. Presenté, junto a una compañera, un trabajo surgido de nuestra propia experiencia como docentes de secundaria: habíamos observado un problema recurrente en el análisis sintáctico y nos propusimos realizar una pequeña investigación para explicar a qué se podía deber. Hoy en día pienso en ese trabajo y le encuentro miles de fallas; sin embargo, todo lo que recibí de parte del público de la exposición fueron incentivos y sugerencias para seguir pensando el tema. No recuerdo quiénes estaban en el público, pero seguramente había personas que notaban esas falencias que hoy yo noto. La diferencia está, justamente, en el espíritu de las Jornadas: un espacio para empezar, para probar, para practicar. Lamentablemente, el ámbito académico no siempre se caracteriza por ser paciente, comprensivo y acompañante: a veces presentar trabajos en eventos académicos puede sentirse como atravesar un matadero.
Escribo esa línea e inmediatamente me pregunto: ¿por qué querríamos invitar a nuestros estudiantes a participar de eventos que pueden sentirse como mataderos? Y la verdad es que no todos los congresos académicos se sienten así, pero, cuando ocurre, es una situación para la cual mejor estar preparado.
Exponer en un evento académico, como cualquier experiencia sociocultural compleja, implica muchas capas de novedad para quien lo realiza por primera vez. La primera capa es la dimensión textual, es decir, elegir un trabajo propio, revisarlo, presentar el abstract, recibir la devolución, adaptarlo a la oralidad, crear el soporte audiovisual. La segunda capa es la dimensión performática: presentarse frente a otros, exponer el trabajo de forma oral, mirar sus expresiones y sus reacciones, escuchar las preguntas, improvisar las respuestas. Y la tercera, la más difícil en mi opinión, es la dimensión autoral: la presentación de trabajos académicos por fuera del espacio de una materia universitaria, por ejemplo, implica convertirnos en autores de nuestros propios textos. Y esto puede ser muy difícil, porque convertirnos en autores implica también construir una figura de autoridad dentro de la disciplina; en otras palabras, cuando presentamos un trabajo nos mostramos frente al otro como productores de conocimiento válido y nos ubicamos dentro de la escena disciplinar como un interlocutor más. Esto requiere mucha, pero mucha confianza en sí mismo, y no es tan fácil de lograr, porque las dinámicas educativas de las que participan los estudiantes son necesariamente asimétricas, donde el estudiante es el no-experto que aprende del experto, ya sea el docente o el autor del texto. Presentar un trabajo académico es una situación que rompe esa dinámica, ya que quien expone se presenta como un par frente a los demás expositores y como experto frente a la audiencia.
Hay algunos aspectos de esas dimensiones que se construyen durante toda la vida: la tercera, seguro; la segunda, tal vez. Pero la primera dimensión, el proceso de escritura, es algo que se puede practicar, y es una dimensión que está ahí, al alcance de la mano, de cualquier experiencia de educación superior. Los estudiantes están constantemente escribiendo textos académicos, aunque no se den cuenta; están constantemente creando conocimiento nuevo, porque por más que se trate de contenidos ya conocidos, les están dando su propia impronta. Eso es lo que estos espacios vienen a decir: las improntas subjetivas sobre los contenidos académicos son el valor agregado que justifica la presencia de cualquiera de estos trabajos en un evento académico.
Sin embargo, aceptarse como autor -tercera dimensión- puede llevar años: si nos sentamos a esperar a sentirnos listos para exponer, entonces no lo haremos nunca. Es en este sentido que, si podemos construir espacios donde no tengan que preocuparse por esta dimensión, donde puedan estar seguros de que el evento está hecho a medida para ellos y su momento de la carrera, entonces les estaremos dando una oportunidad única para que practiquen las primeras dos dimensiones. De esa forma, nos aseguramos de que sus primeras experiencias como expositores sean amenas y que, en el caso de tener que atravesar una situación de matadero en otro momento de la vida, tengan herramientas para sobrellevarla. Además, por sobre todas las cosas, el participar de estos espacios les asegura que el mundo académico no tiene por qué sentirse así. Se puede crear espacios de debate y de intercambio de saberes sin una mirada competitiva, sino de crecimiento mutuo.
Más allá de esto, creo que espacios como el de estas Jornadas no son solo importantes para practicar las exposiciones orales. Creo que también son una excelente oportunidad para que las personas puedan preguntarse qué área, qué aspecto de la carrera o de la disciplina le interesa más. A veces se presentan trabajos que ya tenían una forma cercana a lo que se pide (por ejemplo, una monografía), pero a veces los estudiantes aprovechan la oportunidad para retomar alguna idea interesante o algún planteo que les había quedado dando vueltas en la cabeza. Y creo que esta operación también es enriquecedora para el desarrollo profesional, porque si bien van a tener todos el mismo título, a no todos les interesan los mismos temas. Encontrar la propia especialidad o la propia orientación dentro de la carrera y del campo disciplinar es un aspecto central en el desarrollo profesional: ¿por qué no empezarlo antes?
Finalmente, el último gran motivo para la creación de eventos como estos es que abre el canal de comunicación. La mayoría de las situaciones comunicativas que se dan en los espacios universitarios tiene un alcance limitado: si bien todos los estudiantes escuchan simultáneamente lo que dicen los docentes, no tienen el mismo acceso a las producciones de sus compañeros y compañeras. Y esa situación facilita la sensación de soledad y de inseguridad. En cambio, escuchar y leer lo que otros compañeros tienen para decir ayuda a sentirse acompañado y a sentirse parte del mismo proceso educativo. No todas las interacciones que giran alrededor de un texto académico tienen que circunscribirse a la evaluación.
¡Y qué difícil sentirse parte de una comunidad educativa cuando lo que tenemos enfrente son cuadradillos negros en una pantalla! Creo que otro beneficio inesperado de estas Jornadas fue que nos recordó las voces de quienes están del otro lado, en este momento de pandemia que tanto ha socavado nuestros lazos sociales. Cuando pienso que hay estudiantes que ya llevan un año y medio de carrera pero que todavía no han conocido el campus de la Universidad, se me estruja un poco el corazón.
Espero entonces que este evento haya servido no solo para que todos y todas sientan que tienen algo para decir, que sus producciones académicas son válidas y que queremos escucharlas, sino también que los lazos que se crean en el espacio universitario siguen vigentes. Un poco más difíciles, un poco más lejanos, un poco más atravesados por circunstancias complejas, pero siguen estando. Y ayer los vimos.